La zunga y corporalidad masculina. ¿Recuerdo del hombre primitivo, involución corporal o modernidad destapada?

01.03.2014 18:08

 

 

 El Taparrabos es el referente de vestimenta que tenemos del hombre prmitivo en nuestras mentes occidentalizadas, y esa vestimenta desaparece en el proceso de “civilización” del nativo latinoamericano. Uno de los elementos de ese proceso “civilizatorio” fue la sanitización y (re)cubrimiento del cuerpo masculino y femenino. Entonces la universalización paulatina, forzada y lenta de la cultura europea en américa latina implicaba taparse o vestirse para diferenciarse de lo salvaje o barbarie. La imposición de la cultura occidental fue una hegemonización (un acto de coerción) de la forma de vida total,  sea de cómo hacer las cosas en la vida diaria. Los indígenas empezaron a adorar los dioses cristianos pero también “metían” sus propios elementos en ese proceso de adoración. Eso se llama sincretismo religioso y fueron un sinfín de estrategias de los suprimidos indígenas para esquivar la opresión. Pero no se trataba solo en el ámbito de la religión sino también la política, medicina  o lo judicial. Y en ese sentido no solo fue una conquista corporal-física (de tapar a los cuerpos) sino también simbólica, que es mucho más importante a medida que lo físico es un reflejo de la supresión ideológica, en este caso de la cosmovisión prehispánica en América Latina.
 

 

 

Esto como contexto continental y el eurocentrismo entonces produjo lentamente un “ir tapando”, a la mano de la religión católica como matriz justificativa, el cuerpo humano (hombres y mujeres) pero hoy (desde los 1940-50 en adelante) paradojalmente estamos visualizando un vuelco y volvemos a desvestir (si consideramos el % del cuerpo cubierto de tela) ambos sexos. Y esto, en el caso del cuerpo masculino, no es menor. Se puede hablar, culturalmente legitimado, del cuerpo masculino mediante el arte o de manera “elevada” pero hoy:  ¿Qué implica hablar de que el cuerpo masculino se destapa o mirar al cuerpo masculino en zunga? De volver a exponer el cuerpo en taparrabos como ese antaño imaginado, en nuestras mentes ya occidentalizadas, es como una suerte de volver al pasado y formando un cuadro casi surrealista cuando es potenciado por los medios de comunicación y sobre-estétificación del cuerpo femenino y masculino. Culturalmente en Chile hoy es un peligro que “seas visto” usando zunga o peor “te vean mirando” un zungero. El pudor de usa la prenda creo que no tiene tanto que ver con esconder el cuerpo de la mirada femenina necesariamente sino de la potencial mirada masculina. Entonces aquí el tema del  homoerotismo es un tema que se cruza, en mi opinión, claramente en el caso que hablamos del varón chilensis y el uso de la zunga. Desde los estudios de masculinidad/es esto es relevante a medida que nos (varones) relacionamos, hoy,  con una forma de actuar, comprender y sentir el cuerpo masculino y nuestra relación con este (cuerpo propio o ajeno pero similar al propio). Ciertamente podemos ver que se atreven las generaciones nuevas, y esto podemos asociarlo – aunque no es explicativa de lo mismo – al destape cultural más sútil y general en Chile con el fin de la dictadura. Los cambios culturales no son rápidos y grandilocuentes sino lentos y sutiles y hay que tener cierta agudeza para poder detectar o intuir la dirección de esos movimientos. Si bien haber sido criado por un padre brasileño – para quien la zunga era natural – y en el contexto de Suecia - en donde claramente es más equitativo el uso en verano de diferentes prendas, o ninguna porque había playa nudistas - entonces vivir hoy en un Chile que tímidamente se está abriendo al uso de esta prenda se siente como viviera en un mundo del  pasado. Cuando llegue a Chile el uso de zunga fue se volvió algo raro, bizaro y extraño. Las miradas en la playa del Quisco en el verano del 91 (de vacaciones en Chile) fue eso y mis primos se reían “ahhh pero que Deva es mi primo extranjero, medio raro”. Entonces me sentía extraño en Suecia en tanto sujeto “racial” distinto y pensé que iba a cambiar, pero el usar zunga – que me resulta muy cómodo – y que en Chile me retrocede a esa sensación de diferenciación racial pero en la dimensión corporal.  En mis vacaciones este año en la Serena esa mirada sigue ahí pero frente a la cual ya se ha armado un cierto relajo y no estoy pendiente de las miradas de Otr@s y me alegré de la presencia de varios varones sí se atreven usar unos calsonzillos tipo laycra que resultan, al parecer, también muy cómodos.

 

Y es muy cómoda para no solo el baño sino también hacer otra actividad que me gusta mucho: jugar volei playa. Ciertamente los exponentes nacionales semi-profesionales de este deporte no son el tema sino el varón común y corriente que se pasea por las playas. No es reflotar el ideario de un cuerpo adonisíaco sino poner en el tapete la relación cuerpo masculino con el sentir y pensarse varón en una sociedad como la chilena.
El acto de exponerse es lo que me interesa en este caso porque creo que el chileno para exponerse es un acto sumamente difícil, todavía y en términos de colectividad masculina, porque invita a referirse a ese cuerpo que posee pero con el cual nunca ha dialogado sino que lo ha naturalizado (desde el modelo de género tradicional o hegemónico) de tal manera que existe una presencia/ausencia del mismo. Me explico. La entidad física está pero su presencia narrativa y discursiva en la relación con otr@s seres en la vida social y cotidiana no está; es obviada porque está naturalizada, simplemente “es así”. Y se niega los relatos particulares (con la complejidad lingüística que puede requerir aquello) de cada varón entorno a su cuerpo y su relación con esa entidad física. La norma masculina tradicional niega esta posibilidad porque dice “esa hu…es de minas, hablar de sentimientos, del cuerpo”. Esta construcción social del género masculino deviene como dije del proceso de occidentalización pero también de la popularización de las afirmaciones del funcionalismo de Talcott Parson que señalaba, erróneamente, que “los varones son racionales, y las mujeres emocionales” y así se inició un proceso de estandarización binaria del género, omitiendo y negando las realidades de la vivencia en género de todo el espectro humano. Si lo pensáramos “racionalmente” las zungas es lo más práctico y sencillo, y el no uso se debe, creo, a más bien una justificación cultural con un origen desconocido. Nadie sabe argumentar el no uso de la zunga. Entonces hoy el cambio, el uso de zunga entre varones, tiene que ver con algo más simbólico, actitudinal e incluso emocional más que con algo meramente físico.  

                                                                                   
El modo de vivir las cosas hasta ahora han generado suficiente incomodidades que los varones estamos considerando la posibilidad de revisar esas formas de vivir, pensar y sentir nuestra/s masculinidad/es. Y esa  otra forma (que tampoco sé cuál es) que en algún momento fue expropiado por un modelo de género tradicional también tiene efectos sobre las vidas de varones que actualmente vivieron bajo el modelo de género tradicional occidental, fomentado por Talcott Parson y otros/as. Y eso no solo en temas de usar o no zunga sino más allá de eso también. El perpetuo movimiento al cambio es lo único cierto y frente a eso hay que ser flexible, adaptativo e innovador, no en términos individualista ni empresariales sino en cuanto a la emocionalidad y vínculo social (cuerpo) con Otr@s y, fundamentalmente, consigo mismo. Para hacer sentido de esto es necesario “hacer” cuerpo pensando desde /con lo simbólico, y una de esas formas de materializar está en el uso de zunga. Importante es hoy enfrentar (conversar y construir relato entre varones) las tensiones entre las normas sociales y de las vivencias en los varones.

 

 

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