¡¡HABÍA UNA VEZ....! El vecino que usaba zunga
Corría el año 1990 y yo era aun un joven escolar, el personaje de la 7UP, Fido Dido con sus largos bermudas y holgada camiseta estaba de moda, mientas que Patricio Aylwin era el “flamante” primer presidente de Chile en democracia, o mejor dicho aun, Aylwin era “El primer presidente durante el periodo de Transición a la Democracia”, pues muchas conductas de los chilenos nos daban claras luces que aun vivíamos en dictadura.
Un día de semana como cualquier otro fui a comprar el pan, y en la casa de al frente a la panadería estaba sucediendo algo novedoso, los nuevos inquilinos habían pintado la fachada con sinuosas abstracciones de siluetas femeninas con pintura spray negra. Pero esto no pararía ahí, con el paso de los días esculturas de “pluma vit” también en forma de “silueta de mujer desnuda” ahora decoraban el patio delantero de aquella casa. El mismo vecino las había esculpido. Ya más tarde en la misma panadería me enteraría que mis vecinos artistas eran un matrimonio de chilenos recién retornados de Brasil. No recuerdo si eran exiliados o autoexiliados, pero muchos de ellos estaban volviendo a Chile y ya teníamos en la villa más de algún vecino “chileno-brasileño”, todos ellos se conocían desde Brasil, y además de eso eran amigos de los dueños de la panadería también.
En otra ocasión, mirando las nuevas esculturas de la casa de los vecinos "brasucas", para mi sorpresa me topé con el vecino casi sin ropa en el jardín de su casa esculpiendo un bloque de pluma vit, el solo llevaba puesta una zunga de baño negra y un par de hawainas de goma nada más. Lo primero que se me vino a la mente fue “¡Es otra cultura!, ¡Otras costumbres!” pensando en lo libre y bakan que debería ser vivir en Brasil mientras comparaba su pequeño zunga con mi largo bermudas y la holgada polera que llevaba puesta sobre mí. Al poco tiempo después el vecino se haría conocido en toda la cuadra y sería más tarde también la victima favorita del comidillo del vecindario, no solo por sus esculturas y el mural de la fachada de su casa, sino que también por su vestimenta, sus camisetas sin mangas, sus paseítos a media tarde sin polera para tomar el sol y por cierto por su irreverente zunga negra.
Creo que el punto de inflexión de la “moralina” de las vecinas de la cuadra se sucedió un caluroso día cualquiera, cuando el vecino esculpiendo sus esculturas en zunga y sin camiseta tuvo la ocurrencia de atravesar la calle hasta la panadería con su hijito en brazos para comprar alguna cosa, y al encontrarse con sus amigos de Brasil en la panadería se quedo conversando distendida y extrovertidamente durante unos 15 minutos casi empelotas mientras muchos esperábamos-esperábamos-esperábamos y esperábamos que saliera por fin el pan. Mientras algunos actuábamos como que la zunga del vecino fuese lo más normal y común del mundo, por su parte algunas clientas cuchicheaban muy molestas a espaldas del vecino, hablando lo suficientemente fuerte para que los demás clientes escucháramos, pero también lo suficientemente bajo para que ni el vecino, ni su gente escucharan claramente (pero quizás si a “regañadientes”) lo que ellas comentaban. ¡Una actitud muy típica del "jaguar-chilensis" de los noventas!
Pasó un tiempo incierto, y un día cualquiera noté que el mural y las esculturas ya no estaban en el jardín del vecino. De paso por la verdulería unas señoras comentaban -“Y finalmente se tuvo que ir el vecino escandaloso!!”-. Escuchandolas me quedó claro que una o varias de ellas se habían comunicado con el dueño de la propiedad para comentarle las “desvergüenzas" y "escándalos" de su arrendatario, con el objetivo que el dueño de la casa pusiera fin al contrato de arriendo con el controvertido artista plastico. No sé si solamente fue casualidad y que el vecino ya había estado buscando otro lugar para vivir, o quizás volvió a Brasil con su familia, o solo fue jactancia de las señoras que se arrogaban la hazaña de haber contribuido para que el vecino abandonara la casa y la villa. Lo que si se es que ellas no solamente se quejaban por los murales y las esculturas, sino que también y por sobre todo por las zungas que el usaba e incluso hasta por sus poleras sin mangas, a las cuales catalogaron de “picantes y ordinarias” en su conversación.
La casa del Vecino Zunguero Brazuca en la actualidad en pleno otoño, sin murales y sin esculturas. (¡Gracias Google Steet View!)
¿Cuánto más tolerantes somos hoy los chilenos con respecto al año 1990?.
Porque mientras en mis holgados bermudas fosforescentes noventeros, y al ver a mi vecino en zunga yo me preguntaba a mi mismo “¿Y qué tiene de malo si yo también usara zunga?”, en ese mismo instante ya había un sequito de viejas caguineras, en tu barrio, en el mío, en la playa o en la piscina, que sin hacer el ejercicio de analizar ni cuestionarse si en usar zunga había o no había algo objetivamente malo, ya estarían ellas listas para actuar, censurar, hostigar y proteger a la humanidad del peligroso flagelo de la libertad ajena. Más que mal como solían decir los conservadores en los noventas “¡Cuidemos la democracia!, No valla a ser cosa que por culpa de nuestra inmadurez y libertinaje nos las vuelvan a quitar”.
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